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Cómo ser un buen padre

Los hombres, en función de maridos, difícilmente se desprenden de sus experiencias como hijos. Y muchos más cuando deben jugar su rol de padres. ¿Qué podemos hacer para ser el mejor padre para nuestros hijos?

Si nos limitásemos a las
declaraciones de las mamás, hechas en consulta o en grupos de madres,
obtendríamos una visión muy particular de lo que es un hombre.


Mientras algunas señoras sostienen que:

“¡Ah!… Mi marido es un
chico grande… Caprichoso y consentido..”

 

Otras mamás dicen que:

“¡Ah!… Mi marido en cambio
es igualito a mi padre… Tan severo, tan rígido… Pocas veces encuentra bien
las cosas… No me pasa nada por alto…”


Y también en esta disparidad existe un hecho de comprobación cotidiana: los
hombres, en función de maridos, difícilmente se desprenden de sus experiencias
como hijos. Y muchos más cuando deben jugar su rol de padres.


La paternidad no es solamente un fenómeno biológico, sino que también es social.
Se es padre a través de las células, pero también a través de las ideas, las
costumbres, las actitudes.


Lo que no se conoce suficientemente (y a los hombres les cuesta bastante trabajo
aceptarlo) es que también ellos poseen actitudes maternales.

 

Su conducta ante los chicos
indefensos, su colaboración con la mujer para la educación del hijo en los
primeros años y, sobre todo, su comportamiento para con la mujer cuando recién
nace el bebe, poseen todos los matices del quehacer maternal.

Es como si los varones de la familia, padre y hermanos, compartieran, junto con
mamá, un sentimiento, una emoción familiar; algo muy tierno, profundo y eficaz
que actúa desde lo más intimo de cada componente de la familia.


Ese componente emocional es el que le otorga color y calor, densidad afectiva al
rol del padre, cuya tarea, según Erich Fromm es la de: “significar el otro polo
de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el
hombre, de la ley y del orden, de la disciplina, de los viajes y la aventura. El
padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo”.

Su tarea es la preparar al
chico para que pueda desenvolverse libre y competitivamente en un mundo difícil;
pero eso solamente puede cumplirlo en la medida en que lo unían a sus propios
padres y evolucionar en su propio camino será capaz de preparar a su hijo.

 

Pero muchas actitudes
paternas expresan conflictos; así aquellos que son ferozmente severos en lo que
a calificaciones se refiere; aquellos que dicen:

 

“Yo quiero que mi hijo sea
un excelente alumno, como fui yo…” En realidad lo que no han podido hacer es
desprenderse de su propia infancia, de sus excelentes calificaciones y siendo
adultos continúan sometidos a esa experiencia, sin entender que su hijo es otra
persona.

 

Que pretende vivir sus
propias experiencias personales y que tal vez resulte un buen alumno y un
muchacho estupendo sin necesidad de obtener calificaciones excepcionales.

 

Pero la actitud de este
padre es la de permanecer sojuzgado por sus propios comportamientos adolescentes
o infantiles. Por eso exige del hijo unas notas que al muchacho no le interesan
o no puede obtener.

 

Este tipo de padre no coloca
al hijo frente al mundo, no lo prepara convenientemente, porque en lugar de
atender a las necesidades de la personalidad del hijo que se desarrolla,
permanece enredado en sus experiencias, sin saberlo, y queriendo en sus
experiencias, sin saberlo, y queriendo repetir con el chico sus esquemas. Esto
no sirve, no ayuda a los hijos y además los confunde.

 

Otro componente peligroso en
las actitudes paternas es aquel que se refiere al prestigio social. Son
numerosos los casos de padres cuya preocupación por los hijos responde mas a una
necesidad de ser favorablemente juzgado.

 

”Ah… que buen padre es
Fulano…”. que a contemplar la personalidad de los chicos. Ackerman lo dice muy
bien cuando sostiene que “un buen padre es un hombre cuyo primer móvil es el
desarrollo y bienestar de su hijo mas que una espuria glorificación de su
masculinidad ante los demás.”

 

Está claro: quien precisa
autoafirmación como varón, porque en el fondo mismo de su persona no esta
demasiado seguro de su poder, de su eficiencia, de su empuje masculino, necesita
probarse permanentemente a si mismo que realmente es un hombre lleno de
condiciones.

 

Y para eso nada mejor que
mostrarse un “buen padre” pero no de acuerdo con los reclamos y urgencias de los
hijos, sino para ser valorizado por los demás, por los que lo observan y lo
pueden juzgar. De modo que ésta es una actitud paterna que se apoya sobre una
inseguridad básica acerca de los alcances masculinos del hombre.

 

A poco de introducirnos en
este tema advertimos su complejidad y lo subyugante de su dinámica. No es
demasiado fácil recorrer estos recovecos de las profundidades de cada ser
humano; pero es preciso intentarlo si se desea, lealmente, proceder como padres
responsables por sus hijos.

 

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