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¿Qué es la ansiedad?

¿Enferma el alma? El misterioso y fascinante mundo de la ansiedad

¿Enferma el alma? ¿Hay una patología del alma? ¿Dónde se manifiesta, si es que existe, esta patología? ¿En la angustia? ¿En la depresión? ¿En las fobias, en las manías, en los rituales compulsivos, en los procesos obsesivos?

Abrir la página de ese libro no escrito de la condición humana que la crisis de la psicoterapia pide a gritos es, cuando menos, asomarnos a uno de los muchos rostros de la verdad.

¿Enferma el alma? ¿No será el conflicto anímico la resistencia, el rechazo, la negación de ese misterio del ser que palpamos en el mas cercano e ineludible  hecho vital y que tiene una bellísima palabra para designar su movimiento, que es la palabra “aliento”.

Aldous Huxley, en ese penetrante tratado de psicología que es su libro “los demonios de Loudon”, escribe que “entre aliento y espíritu hay una conexión real tan verdadera como la relación etimológica sw una palabra a la otra”.

Exploremos un poco ese misterioso y fascinante mundo de la ansiedad que subyace en la vida humana, tanto si es feliz como si es desdichada.

Preocupación y ansiedad: Hechos anímicos

Sabemos de la ansiedad por sus manifestaciones, por lo que sentimos. Sentimos algo así como ahogo, dificultad en la respiración, opresión en el estómago, desatención, imposibilidad de concentrarnos, sensaciones extrañas de frío, sudoración, etcétera. La vivimos como algo que se va, que viene, que entra o que sale, que aparece y que se va.

Olvidamos (lo ignoramos mas bien) que la angustia no está fuera, que la angustia somos nosotros. Yo soy la angustia, como diría el gran psicólogo Krishnamurti.

Los hechos anímicos van acompañados siempre de un juicio de valor. Somos jueces de lo que interiormente nos sucede.

Cualquier sensación, sentimiento, emoción, objeto percibido va acompañado de una valoración: la angustia es mala, la tranquilidad es buena, la manía es mala, el actuar como la mayoría de la gente es bueno. Conceptos éticos, morales (lo bueno y lo malo), aplicados equivocadamente a la vida psíquica.

Por eso mismo, si cambiamos la valoración de nuestro acontecer afectivo y sensorial, modificamos radicalmente nuestro modo de vivir.

“El miedo no existe, porque el miedo es la huída del miedo; por eso cuando dejamos de huir del miedo, éste desparece”, dijo Krishnamurti.

Y eso es cierto: cuando dejamos de huir, cuando aceptamos nuestro enorme, gigantesco miedo y admitimos este sentimiento como algo de nuestra vida, sin decirnos “yo no debería tener miedo”, el temor se transforma en un estado diferente.

De modo que si todo lo que sentimos lo miramos como producto del misterio de la vida, sin valoraciones negativas, podemos encontrar un equilibrio superior. El cual es un proyecto no de una etapa de la psicoterapia sino una actividad para toda la vida.

La angustia –ese palpitar de la vida profunda- es consustancial a la condición humana. Si la vivo como algo natural, si me hago amigo de ella, no es para mí perturbadora. Esta, al ser perturbadora, lleva a la mente a la cristalización de ideas fijas (obsesiones).

Así que el origen de la obsesión es la tensión nerviosa. Cuando se suministra ansiolíticos en pequeñs dosis a personas obsesivas, se ha observado una mejoría notable en ellos. (Rof Carballo, Teoría y práctica psicosomática, 1984).

Por consiguiente, toda ayuda psicológica debe empezar con el equilibrio de esa realidad somática  (o cuerpo) que ha de estar tranquila, para que los engranajes o ideativos (término del gran científico Ricardo Hernández Gómez, recientemente fallecido) se muevan con fluidez. 

Complejidad del ser

Comencemos por aceptar la complejidad, el misterio de todo nuestro pensar,  percibir y sentir afecto y sentir-sensorial. Todo es bueno porque todo participa de la condición humana.

No fragmentemos el corazón humano, trazando una línea divisoria entre la parte de nuestro ser socialmente aceptable  y las otras zonas abismales, sombrías. Rechazar esa “oscuridad de nuestra alma” es crear el conflicto, alimentarlo y no resolverlo jamás.

La angustia , la tristeza, la apatía, la melancolía son sucesos interiores muy diferentes de los procesos patológicos que estudia y cura la medicina científica.

Si no aplicamos a la psicoterapia las estructuras conceptuales de la terapéutica médica (etiología, diagnostico, pronóstico, tratamiento); si partimos de lo anímico como algo espiritual, como  de una realidad diferente,  nos encontramos con soluciones eficaces y para siempre para aquellas personas que se viven enfermas de los nervios, cuestionando el concepto de enfermedad nerviosa.

Abandonar criterios médicos, sugerir a la persona ansiosa, angustiada, deprimida que deje de luchar contra el síntoma, es abrirle a una posibilidad nueva de vida distinta, mas dichosa.

En definitiva, resolver el conflicto es no luchar. Hay que vivir con el sufrimiento psicológico, para no vivir con él,-si se nos permite esta expresión paradójica-  porque si luchamos contra el síntoma, el síntoma crece y cristaliza.

“Pero oiga usted –se nos ha dicho muchas veces en estos años- ¿pues como me dice que no luche contra la angustia si me hace sufrir tanto? ¿Cómo me dice que la angustia no es mala?¡No puedo admitir que algo que me hace pasarlo tan mal pueda ser algo con lo que se ha de convivir¡

UN CAMINO NUEVO 

“Evidentemente”, contestamos, “esta pregunta tiene mucho sentido porque hay sufrimiento y éste aliviarse y luego desaparecer, que la vida emocional se paraliza y empobrece.” Sin embargo, nosotros estamos buscando un camino nuevo.

Todo lo que usted ha hecho hasta ahora no ha servido para nada. Usted ha estado luchando toda la vida contra la angustia: y todo ha sido inútil; y es por eso por lo que está aquí ahora, intentando comprender nuestra psicoterapia”.

“Pero pruebe otro camino; pruebe a no luchar. No tema: no va a estar peor por ello. Todo lo contrario: si usted no hace nada, si deja de luchar, eso se transformará en acción. Y la angustia dará paso a la tranquilidad.” Esto es lo que enseñamos, como diría su discípulo Reynols.

Y además, esta convivencia con el síntoma ansioso, puede aplicarse con cualquier otro problema psíquico. Esto es lo interesante.

De este modo tomamos la cuestión que nos hacíamos al principio de si enferma el alma, de si enferma el espíritu. Porque si yo tengo una enfermedad real, la ciencia médica tiene medios concretos para saber: pruebas e instrumentos de medición y de análisis.

En cambio, si yo tengo una neurosis, una depresión, ¿quién puede medirla? ¿Hay instrumentos de medida? (Los hay obviamente en el llamado psicodiagnóstico) ¿Puede medirse el alma? Porque en realidad es lo que se hace cuando se dice que alguien padece una neurosis, por ejemplo?

Cuestionar la realidad patológica de las “enfermedades nerviosas” no es retomar los antiguos planteamientos de aquella antipsiquiatría, pensamos que no siempre bien entendida.

Nosotros consideramos los problemas nerviosos como fenómenos psíquicos  independientes, distintos, de los síntomas que tienen las enfermedades que estudia la Medicina.

Para demostrarlo, nos apoyaremos, precisamente, en un psiquiatra, Wyrsch, cuando al hablar de la esquizofrenia, decía que es, en este profundo cambio, de la persona cuando únicamente se puede hablar de enfermedad del ser, del espíritu mientras que en los otros desórdenes mentales (psicosis maniaco-depresiva, paranoia) no hay esa alteración nuclear; en éstos –escribía este psiquiatra. No hay propiamente una transformación sustantiva de la persona, sino modificaciones  asiladas en el carácter, humor, y temperamento.

Entonces, si dentro de  los grandes (“severos”) trastornos mentales, los que trata la llamada “psiquiatría pesada” para referirse aquella psiquiatría que se enfrenta con grandes “catástrofes” personales…solo en uno de ellos, la esquizofrenia, es cuando puede hablarse de una enfermedad del ser, ¿cómo puede considerarse que plantear la enfermedad nerviosa como algo distinto a la enfermedad orgánica, ha de sonar a algo arriesgado, y hasta radical. ¿Por qué? No es la enfermedad una profundísima modificación de todo el ser?

Así que considerar, partir de que el concepto de enfermedad no es fecundo en los conflictos anímicos que sufre la mayor parte de la humanidad, es abrir una ventana en la oscuridad, confusión y ambigüedad, haciendo posible el camino hacia la curación real, por medio de un cambio radical.

Avanzar, sin teorías, dogmas, doctrinas, en la ayuda psicológica, pensando y sintiendo  que lo que hay que hacer es la psicoterapia del amor es ante todo sentir que la persona no está enferma, sino que tiene una quiebra existencial, una errónea vivencia de sus estados físicos y emocionales, es, pensamos, una filosofía terapéutica creadora  que hemos podido comprobar dio, da y dará frutos  en esta psicoterapia del proceso radical de cambio, que empuja hacia una irradiación del ser. La cual desde estas páginas ha sido solo anunciada pero no descrita en profundidad.

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