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¿Gatafloras o madres?

Gataflorismo ilustrado aplicado a las madres…

¿Quién las entiende, gatas floras?, es el estribillo de más de un hombre.  La variante radica que unos los vociferan y otros lo piensan.  Y alguna porción de razón tienen, mal que nos pese reconocerlo. 

Porque, por ejemplo, es tan cierto que una añora tener un bebé, como también es así de cierto que cuando una lo tiene, una se pregunta: ¿y ahora que hago?

Con un ser dependiente 48 de las 24 horas que tiene el día de una y de cualquier ser humano mortal que pise en esta tierra.  Y concluye que, a pesar de que una tiene que hacer un curso acelerado para convertirse en mujer pulpo, si lo quería. 

También es cierto, para los que nos acusan de padecer de gata florismo ilustrado, que queremos que nuestros vástagos crezcan rápido.  Que deambulen, que dejen los pañales de una buena vez. 

Y si los dejan, se lo sacan a mitad de camino hacia cualquier lugar y el pañal regado a su paso,  así que también es igualmente cierto que, cuando después de varios intentos que fracasan con la cola en el suelo, lo logran, decimos ¡ay por Dios!, y anunciamos al mundo y a los gritos: ¡peligro, hijo en proceso de deambular, suelto! cada dos por tres.

Gatas floras y todo, no pueden decirnos que no avisamos. Sobre todo cuando ocurren los salvatajes domésticos.  Porque lisa y llanamente, lo salvamos del precipicio de la escalera o del abismo del inodoro o de que no lo centrifugue el lavarropas o que no lo desgrane la procesadora, todo esto si salvó sus garfios de que el mismo aparato no lo rebane en fina juliana. 

También tenemos que preservarlos del pobre gato de la casa, que poco y nada entiende de bebes deambuladores, y cual felino ninja desenfunda  sus garras siempre listas  para atacar y dejar al “pañalero”, sin pañal porque ahora que anda como pancho por su casa, todo del pañal le molesta, rasguñado hasta en sus más íntimas partes. 

Sin embargo, nosotras queríamos que nuestro párvulo crezca y por ley natural de la vida, creció.  Después soñamos, en una proyección absolutamente normal, que el nene vaya al jardín pero después sufrimos cuando hay que dejarlo. 

Nos vamos de allí con el corazón acongojado y la ropa llena de sus mocos a trabajar.  Pero así es la vida, nos dicen y encima nos recuerdan que todo el mundo quería que “ellos” crezcan. 

Pero a nosotras, lo que nos sigue creciendo sin piedad es la semilla de la culpa como si fuera otro hijo gemelo.  Después quisimos que pase a primer grado y el mocoso paso a primer grado, como era de esperar. 

Pero Cachito que mide como tres metros para su talle small lo faja, y nosotros queremos fajar a cachito, entonces tampoco nuestro retoño  quiere entrar en primer grado y cuando lo logramos, varios guardapolvos rotos después llega a 7mo.  

Aunque cada vez que lo ayudemos con los deberes escolares, nos compadecemos de la maestra y pensemos, para nuestros adentros, para no dañar la autoestima de nuestro engendro y tampoco la nuestra, pobre seño, ¿esto tiene que aguantar todos los días?

Y reprimimos nuestros: ¡pedazo de burro! ¿Cómo no te sale? Y abandonamos la tarea para no matarlo porque no le sale y no le sale y lo peor del caso es que sin maestra particular no le va a salir. 

Se engrosará nuestro presupuesto pero al menos dejará de engrosarse nuestra paciencia y con ella la presión, el colesterol (por el estrés malo), los triglicéridos y menos la bilirrubina, todo el resto. 

Siguiendo el orden natural de los sucesos se supone que una finaliza la agonía primaria,  lo entramos al secundario y en el secundario el primer año se lleva hasta los recreos y lo que no se lleva por bestia se lo lleva por vago y ausencias y sentimos que lo amamos y porque lo amamos lo aporreamos y vuelta a aprender las lecciones de madre. 

Pero seguimos queriendo que crezca, con arito hasta en la nariz, piercing en el ombligo y en la oreja y tatuaje grabado a fuego de su primer amor que durará lo que un suspiro pero sabemos que el tatuaje dura de por vida y sentimos unas ganas inmensas de tatuarle el cerebro. 

Después se pone de novio con una “chica” veinte años mayor que él, divorciada y con hijos, pero como decirle al nene que le conviene otro nuevo amor y no ese, que es joven para cargar con niños que no son suyos, el no entenderá y se le romperá el corazón y nosotros tenemos que juntar los pedacitos del nuestro mientras él se descarga con una. 

A esta altura del partido y los acontecimientos el padre está a cien millones de kilómetros luz de la madre gata flora y del hijo explorando el mundo, cargando con su andropausia como puede y dando señales de humo de vez ven cuando. 

Pero y a pesar de todo, una quiere seguir siendo mamá, aunque las lecciones para hacerlo se aprendan todos los días.  Aunque borroneemos desprolijidades todos los días. 

Aunque nos saquen canas blancas primero y canas verdes hasta la eternidad y si me descuido después de ella también porque son a perpetuidad y no hay peluquero/a que pueda con ellas. 

Y después, si queremos que siga creciendo, seguramente querríamos un nieto y empezamos a preguntar disimuladamente primero, son muy susceptibles los jóvenes de ahora, y con ahínco después hasta que nos manden al diablo hijo y nuera conjuntamente.

Formulando la pregunta de rigor que se le enchufa a toda madre, la inquietud de  por que no nos metemos en nuestros asuntos: los talles literarios, el gym, la peluquería, darle de comer al gato, juntarnos con amigas, no pelearnos y seguir la vida, con amante discreto y sin andar pregonando tanto. 

Y cuando ella esté embarazada, de su hijo por supuesto, pero también de nuestro nieto y/o nieta, trataremos de habernos formado en un régimen militar para no atentar la paz del matrimonio, atormentándolos con preguntas. 

Para evitar el reclamo de ella llamándolo pollerudo a nuestro hijo y a nosotras brujas, por lo bajo.    Nos meteremos nuestra experiencia de embarazo en el bolsillo, porque a la nuera le parecerá de 1810, con tal de estar cerca en el momento en que nuestro nieto vea la luz del día. 

Y aún así no solo no descansaremos de ser madres,  sino que le sumaremos ser abuela, cuidándonos de nuestros malcríos varios, porque nuestros hijos nos reprocharán: a mí no me tenías semejante paciencia, era todo no, o me matabas de entrada y a él o a ella, tus nietos, les das todo, les sonreís todo y les haces de todo sin un rezongo. 

Entonces con nuestras pasiones menos atribuladas, tal vez les explicáremos, con renovadas paciencias, que algunas cosas solo se entienden viviéndolas una. 

Que no hay manera de que nos la cuenten porque nadie las puede vivir por nosotros y que algún día entenderán y sobre todo nos entenderán.  Y que ya no importa si estaremos o no físicamente. 

El ciclo de la vida, se habrá cumplido una vez más, con el “gata florismo ilustrado” incluido y todo.    

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